EL GRAN DESPERDICIO

 


Salvados para Salvar


“Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”.  Mc 4, 19


Este es el llamado que hace Jesús al pasar por el lado de los hombres. Es a esto a lo que nos llama, a lo que nos invita. Nos invita a ser como él, es decir, a ser pescadores de hombres. Y este es, por supuesto, un llamado universal. No es un llamado para unos pocos escogidos, para unos pocos con “vocación”. Es el llamado, es la vocación para todos aquellos que “escuchen su voz y le abran la puerta”, (Apoc. 3,20), porque es a esto a lo que Jesús ha venido al mundo: a salvar a los hombres. A ser Pescador de Hombres.

Así el llamado es para todos los bautizados y aún más, es para los no bautizados porque ese es el sentido profundo de la conversión: ser pescadores de hombres. Si la Iglesia llega a comprender esto va a descubrir el inmenso potencial que tiene guardado, perdido entre sus filas. No va a tener, como hoy, un apóstol, un pescador, un sacerdote por cada diez mil personas, sino que va a tener mil, dos mil, cinco mil por cada diez mil, si potencia a todos los bautizados enseñándoles a ser “pescadores de hombres”, formándolos para ser verdaderos discípulos de Jesús, lanzándolos al mundo para “estar en el mundo sin ser del mundo”. Ir al mundo a rescatar, “id pues y hacer discípulos a todos los hombres” (Mt 28, 19). El llamado es a ser santos, por supuesto, pero a ser santos dedicando nuestra vida a rescatar a los hombres que han caído en las garras de Satanás, a los que se debaten en el lodo del pecado y la miseria, porque peor que la miseria física o económica es la miseria espiritual. En la miseria económica la gente sufre en este mundo pero puede ganar la eternidad. En la miseria espiritual la persona puede ganar este mundo pero pierde la eternidad. ¿Qué es entonces peor? 

Claro que estamos llamados a ejercer el apostolado en distintos lugares y formas. Como dice San Pablo en la carta a los Efesios, “él mismo dispuso que unos fueran apóstoles (obispos, sacerdotes o diáconos), pero “otros profetas, otros, evangelizadores, otros, pastores y maestros, para la adecuada organización de los santos en las funciones del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo”. Fíjense, no dice que los apóstoles sean al mismo tiempo profetas, evangelizadores, pastores y maestros como ocurre hoy en día en que los sacerdotes ordenados acaparan todos los ministerios y excluyen a los laicos de los mismos. Dicen OTROS profetas, otros evangelizadores, otros pastores, otros maestros). Pero el clero en lugar de enseñar a los laicos a ser pescadores de hombres, a ser profetas, predicadores, maestros, pastores, lo que hacen es reducirlos a menores de edad espiritual que asisten silenciosos a sus ceremonias. Así, cercenan el inmenso llamado de ser “pescadores de hombres” que corresponde al discípulo. Esta no es una conducta que corresponda a verdaderos presbíteros (cabezas) de la Iglesia, sino a malos pastores que “comen a mi pueblo como se come el pan, y no invocan a Dios” (Salmo 14, 4). 

Por eso nuestra invitación permanente es a abrir nuestro corazón al verdadero llamado de Jesús, a abandonar la comodidad y la pereza tanto el clero como los laicos, y a emprender el camino de ser discípulos reales de Jesús con dedicación y humildad, sin creerse ninguno superior a los otros porque “muchos son los miembros más uno solo es el cuerpo, y no puede el ojo decir a la mano: ¡no te necesito!, ni la cabeza a los pies: ¡no os necesito!” (1 Co, 12, 12 sig).

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