GUERREROS DE LA LUZ



¿En qué consiste el apostolado laico? La base es, por supuesto, el llamado de Jesús. Ser discípulo es ser apóstol, ser apóstol es ser discípulo. No podemos hablar de lo uno sin lo otro. Y ser Católico es ser discípulo y apóstol. Y es solo en respuesta al llamado de Jesús, vivo y resucitado que puede el hombre encontrar su verdadero destino. 

El discípulo es el seguidor de Jesús, aquel que deja su casa, su familia, su vida y sus intereses personales para irse a vivir con Jesús y dedicarse a aquello que Él le indique. Ser apóstol es consagrar la vida a la propagación del evangelio. Eso es claro para el ministro ordenado, pero la costumbre dentro de la Iglesia Católica nos ha enseñado otra cosa respecto a los laicos. Nos enseña que el ministerio propio y único del laico es la familia. Los hijos. Propio sí, único no porque esto lo convierte en un rebaño desarmado, en un menor de edad espiritual, y a la Iglesia la priva de la inmensa mayoría de sus guerreros. De guerreros que pasan a convertirse en mansas ovejitas, presa fácil de los lobos. 

Recordemos entonces el sentido de la conversión y del discipulado: Jesús nos llama, a quienes responden los sana, a quienes sana los arma, y a quienes arma los envía al combate porque este es el sentido último del llamado: ser guerreros de Dios, ser sacerdotes, profetas y pastores que se introducen en medio del mundo, allá donde los ministros ordenados no pueden llegar, para “anunciar la buena nueva a los pobres, vendar los corazones rotos, proclamar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad” (Is 61, 1n Mt 4, 18), para arrebatarle a los demonios su presa “arrancándolos de las garras de los enemigos”(Salmo 141, 9; Lc 1, 74) . 

¿Si ven? Es ejercer el ministerio en la familia, claro, pero volcando la familia hacia el discipulado y el apostolado al que todos sus miembros están llamados. Es esto, este ejército de guerreros espirituales alimentados por los sacramentos, unidos a los ministros ordenados pero ejerciendo plenamente su vocación, una vocación de intensidad similar a la de ellos pero con funciones y objetivos diferentes, lo que le da forma al cuerpo místico de Cristo y hace que la gracia del Espíritu Santo se derrame sobre los corazones de sus fieles, de sus guerreros, de la avanzada de la Iglesia que penetra en campo enemigo.

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