¿Apocalipsis ahora?




El virus, Floyd y Minneapolis, Epstein y la red de prostitución infantil, los avispones asesinos que se comen a las abejas y ya viajan lejos, los archivos desclasificados de la CIA mostrando imágenes de OVNIS, Anonymus, Matarife,  fronteras cerradas, negocios de todos los tamaños quebrados, las bolsas en el piso. Incertidumbre, sofoco, tensión, hambre, rabia. Vemos las redes inundadas de memes como válvula de olla pitadora que ya no sube, de risas nerviosas, de párpados caídos. Y en muchos, incluso los más escépticos, surge la pregunta: ¿Es éste el “Apocalipsis”?  Pienso que sí, pero no así. Miremos.

Imagino que, por lecturas borrosas, acomodaticias y sobre todo ausentes de fe, de esas que bailan tan de cerca con el poder, ha llegado a nosotros hoy la noción de que el Apocalipsis es el fin de los tiempos.  El sentido original de la palabra Apocalipsis es “revelación”. Algo que se nos destapa, que se nos descubre, a lo que alguien le quita el manto.   Es como si estuviéramos en un cuarto ajeno a oscuras, nuestras manos tientan la penumbra: esto es… la cama, una mesita, la ropa, un reloj, una venda, esto… qué es?  Tocamos y nuestra imaginación completa el cuadro, pero de repente alguien entra y enciende la luz. La cama era más pequeña, la mesa era un butaco, la ropa estaba sucia, el reloj detenido, la venda unas medias enrolladas y esto era una máscara. El Apocalipsis es la mano que enciende la luz, la llave que abre la puerta detrás de la cual estaba la esencia de todo aquello que es.  En otras palabras, la Verdad, o el momento en el que ella se nos presenta. Un momento sin tiempo y que, a través de todos los tiempos, siempre asoma.
Y entonces ¿es éste un momento de Apocalipsis?

Heidegger, hablando de su tiempo (y del nuestro) se preguntaba “¿Y para qué poetas en tiempos de penuria? (…) El tiempo es de penuria porque le falta el desocultamiento de la esencia, del dolor, la muerte y el amor. Es indigente hasta la propia penuria, porque rehuye el ámbito esencial al que pertenecen el dolor, la muerte y el amor.”.
  
Llama la atención que el símbolo de este tiempo sea el tapabocas. Una máscara que tapa la boca y deja los ojos descubiertos. El símbolo nos anuncia: cierra la boca, abre los ojos.
Cierra la boca, esa con la que contagias el virus de la miseria que tus ojos no ven a los que te oyen. Cierra la boca, esa que con la desidia que brota, crea Floyds cada vez que la abres. Cierra la boca, esa con la que te comes a tus hijos como Saturno, como Epstein. Cierra la boca, esa con la que te alimentas, tirado, del trabajo de los demás. Cierra la boca, esa con la que llenas de fantasías las pantallas y estiras los deseos de los que no pueden (ni quisieran si supieran). Ponte la máscara tapabocas, a ver si con esta rompes las otra; esa a la que has dedicado tu vida a crear para el baile de las máscaras de Poe, a ver si se rompe esa máscara que tu boca esculpió con mentiras, no como las de Anonymus o el Joker para romper las de los otros, sino la tuya propia detrás de la cual estas tú para poder NO verte. Cierra la boca, esa con la que pavimentas de eufemismos la cobardía de tu maldad, como el Matarife.

Y abre los ojos, que alguien vino y encendió la luz, para que te sientes en el butaco y no en la mesa. Para que laves la ropa y no la dejes ahí tirada. Para que recojas las medias del suelo y así pongas a andar el reloj. Abre los ojos para que puedas ver que tu mismo cargas con el fin de tus tiempos (y en últimas el de todos en ti).


Sergio Romero.

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