Iglesia y Clericalismo
En la enseñanza de la fe que recibimos en el hogar, el colegio, en las parroquias, hay algo o mucho implícitamente errado; hay mucho que corresponde a tradiciones y costumbres equivocadas pero no a las escrituras, no a la enseñanza de los Padres de la Iglesia, no a las palabras de los Papas. Es como si el letargo de los años se hubiera apoderado de todo deformando la verdad.
Nos enseñaron que La Iglesia es el Clero. Así lo manejan los sacerdotes, los medios de comunicación, las familias, las parroquias, los amigos y los enemigos, los creyentes y los ateos. La Iglesia dice, la Iglesia opina, la pederastia en la Iglesia, las obras de la Iglesia. Se refieren al clero, claro. Los fieles son borregos. Masas. No piensan, no opinan. Y esto no es cierto, la Iglesia somos todos los bautizados, con derechos y deberes no solo de pertenecer y obedecer como rebaño, sino de SER Iglesia, de ejercer como Iglesia: aprender, enseñar, opinar y dirigir. El derecho y deber de ejercer un ministerio en el sentido salvifico de la Iglesia pertenece a todos, no solo al clero: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”, nos dice San Pablo. ¿Se refiere al clero? No, se refiere a los bautizados, a los creyentes. ¿Profetas laicos? Si. ¿Evangelistas laicos? Si. ¿Pastores y maestros laicos? Si. Claro, unidos al clero, a los obispos, desarrollando todos juntos sus ministerios. Su vocación. Eso es ser Iglesia.
Se nos enseñó que quien tiene vocación (vocar=llamar) es decir, quien ha sido llamado por Dios a su servicio, es porque está llamado a ser sacerdote, que está es la única “vocación” explícita, la única “consagración” posible dentro de la Iglesia. Esto no es cierto: todos los bautizados estamos llamados a una entrega radical a Cristo, a consagrarnos a Él y a desarrollar un ministerio en y como Iglesia. Un ministerio definido, claro, organizado. Por el bautismo somos sacerdotes, profetas y pastores. Eso es ser Iglesia.
Nos enseñaron que no se debe ni se puede leer las escrituras, estudiar la doctrina de la Iglesia, estudiar o aprender teología, aprender a predicar ni a enseñar la palabra, que eso es para el clero y eso es falso. El clero son los dirigentes de la Iglesia, las cabezas, cierto, pero la Iglesia, el cuerpo, los brazos, piernas, boca, oídos, son, somos, todos los bautizados.
Nos enseñaron que solo el clero puede y debe evangelizar y eso es falso. Todo bautizado, cada uno de acuerdo a sus dones, carismas y lugar en la vida, está llamado a evangelizar (llevar la palabra, enseñar el evangelio) con la misma fuerza y entrega, con el mismo Espíritu con que lo hicieron los apóstoles, porque para ello, para nosotros, es el mandato y el gozo que corresponde. No solo para el clero. ¿Dirigirse a multitudes? Quizás. ¿Llegar allí donde nadie llega, en el trabajo, en los lugares de diversión, en las universidades y colegios, en los clubes y allí donde se forman las opiniones? También, claro. ¿Hablar en las cafeterías, en las iglesias, en los parques? ¿Por qué no? Predicar, enseñar, profetizar, orar, adorar, servir a los pobres, dar testimonio, es para todos. No solo para unos pocos. Eso es ser Iglesia.
Ser Iglesia es nuestro llamado y nuestro gozo. Es el verdadero sentido de nuestra vida. Pero serlo a plenitud. Recuperémoslo. No nos lo dejemos quitar.
No nos dejemos engañar.
Herza Barzatt.
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