El Siguiente Paso
La rutina diaria, esta que nos muestra el paso inexorable del tiempo, ese mañana que se vuelve hoy y al tiempo ayer a cada instante, nos lleva cada vez más lejos: más lejos de la infancia, de los recuerdos, de los sueños, pero también cada vez más cerca de nosotros mismos si nos atrevemos a dar ese paso interior.
Pronto estaremos muertos y habremos enfrentado del todo nuestro último destino, como tantos y tantos que han formado parte de nuestra historia y que se fueron antes. Pronto habrá pasado esta vida que sentimos transcurrió demasiado rápido, como sin darnos un respiro. Pronto tampoco nosotros estaremos aquí y los lugares y los hechos que hemos amado y que significan tanto para nosotros se habrán convertido en recuerdos grises, en desvaídas fotos antiguas, en sombras de un mundo que pasó, cenizas de pelo blanco y arrugas y soledades. De sonrisas fingidas y recuerdos dolorosos.
Nos queda entonces este último tiempo, este último empujón vital que marque nuestro fin aquí y que, en lo posible, corrija y enderece nuestro caminar sobre la tierra y, al mismo tiempo, prepare nuestro destino eterno. ¿De qué vale lograrlo todo en este mundo, las apariencias, el dinero, el éxito, si perdemos la eternidad? Todos los logros humanos van quedando reducidos a un arrastrar de pies, de enfermedades y soledades hasta que llegue la muerte. ¿Qué quedará de nuestro paso, cual será la huella que dejaremos, el recuerdo de nuestros días, nuestra herencia? ¿El egoísmo como forma de vida, la huída de los propios errores, nuestros desafectos y violencias reiteradas, nuestra entrega al placer que llaman amor a la vida como si fuera un valor? ¿La incapacidad de enfrentar nuestras faltas y errores? ¿Será eso todo lo que quedará de nosotros?
Por eso creo que este es un tiempo fundamental de la vida. No un tiempo para gozar y disfrutar (ya eso va quedando atrás) sino un tiempo para dar, para servir, para echar nuestros restos en lo que ha debido ser la enseña de nuestra vida: la entrega a los demás, a quienes nos necesitan, a quienes sufren. Sí, es tiempo de salir de sí, de nuestras fragilidades, de nuestra auto compasión y búsqueda del placer para dirigirnos al otro, para decir lo que debemos decir y hacer lo que debemos hacer, para compartir, para dar y repartir lo que hemos conseguido, para grabar nuestra huella en este recorrido, para despedir este mundo y prepararnos para el siguiente desde ya: prepararnos y abrirnos al encuentro con Dios y la eternidad.
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