¿Que hay mas allá de la muerte?
Tal vez lo que más anhela cualquier persona es llegar a conocer con certeza los misterios de esta realidad. ¿Qué somos? ¿Para qué estamos aquí? ¿De dónde viene nuestra consciencia? ¿Qué hay más allá?
Con el tiempo la mayoría ya no se lo preguntan porque llegan a la conclusión de que es imposible encontrar respuestas; se resignan a vivir aquí de cualquier manera, se acomodan a la oscuridad. Acuden a cualquier método para calmar el ansia que viene con ellos, su necesidad de saber: gustos, placeres, viajes, apariencias, la búsqueda de lo propio, fantasías de grandezas, se conforman con poco, persiguen el dinero y lo hacen el centro de su vida. Así, y poco a poco, su resignación va apagando el fuego que llevaban dentro, que alcanzó a tocar a algunos en su juventud y se entregan a la existencia fácil y pobre de las cosas.
Otros se afilian a algún credo, grupo, filosofía, religión o forma de pensar que se acomode a su situación; que les tranquilice el alma y les exija poco. No conocen, no saben, no han visto; solo creen. En algo, en lo que sea: un dios gaseoso que no incomode, un ateísmo torpe que les de lo que sienten como libertad, un grupo, una iglesia donde sentirse menos solos, una invención absurda a la que apegarse para que la vida adquiera sentido y donde los años que pasan no duelan tanto y las nostalgias tengan compañía. Por eso hay tanta variedad de creencias como en un catálogo de películas, como en una biblioteca, miles de libros y títulos que justifiquen lo que cada uno quiera justificar sin necesidad de ir más allá de las cosas.
Lo triste es que nada de esto es real. Son solo ideas, fantasías prefabricadas para gentes que temen asomarse a lo verdadero, delirios para ayudar a dormir el dulce sueño de la nada, porque no saber lo que se debe saber es como dejar de ser o no haber sido nunca, es dormir para nunca despertar, es no alcanzar lo que se estaba llamado a alcanzar.
Es una puerta cerrada.
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